jueves, 6 de noviembre de 2014

¿Vivíamos mejor sin conocer la corrupción?



Los españoles estamos apesadumbrados, incrédulos e indignados. ¿Cómo es posible que esos políticos en quienes depositamos nuestra confianza nos hayan engañado de esta forma? ¿Les ha entrado un extraño virus y se han vuelto corruptos todos de la noche a la mañana?

Aunque seguro que ya hubo casos durante el franquismo y los primeros años democráticos, el primer conocimiento que tuve de la corrupción fue en la segunda mitad de los ochenta con los famosos sobornos de la empresa Siemens para la adjudicación de obras y electrificación de la línea de AVE Madrid-Sevilla.  Pues bien, a pesar de que les cogieron con las manos en la masa (pillaron a destacados empresarios ligados al PSOE con maletines llenos de dinero), nadie fue a parar a la cárcel. (Les aconsejo que lean esta crónica de El País del año 1993 donde lo explican. Parece escrita ayer).  ¿Qué provocó este caso? Pues que los políticos considerasen abierta la veda y empezaran a maniobrar para forrarse durante sus mandatos. Ni siquiera cogiéndoles con el carrito de los helados les iba a pasar nada. Eran intocables.    

Recuerdo que a finales de los ochenta cayó en mis manos el único libro que he leído de Vizcaíno Casas (no me gusta su ideología). Para mi sorpresa, los casos de corrupción, enchufismo y malas prácticas del primer lustro del mandato de Felipe González  no cabían en las 300 páginas que tenía el libro. Mi buena fe en las personas me llevó a pensar que este señor exageraba.


En los noventa empezó a salir la podredumbre. Se hicieron famosos tres nombres: “Filesa”, “Malesa” y “Time Export”, probados casos de financiación ilegal del PSOE. En los primeros años de esta década, fueron destituidos y condenados desde la directora del BOE a la presidenta de RENFE, pasando, nada más y nada menos, por el Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio. Curioso que el señor que daba legitimidad a nuestro dinero firmando los billetes, fuera corrupto.  

Personalmente, les puedo decir que por aquella época trabajaba como cajero en la delegación local de una reconocida empresa constructora de ámbito nacional. Sé de primera mano (sacaba yo el dinero) que al alcalde de esta localidad no le faltó de nada durante el lustro que la empresa estuvo allí: reforma integral de su vetusta casa de campo; rehabilitación de la casa de su madre;  cenas; viajes; bicicletas para toda la familia; jamones y botellas de vino, una inmensa colección de CD de música clásica y unos paquetes  repletos de billetes de 10.000 que llegaban camuflados en fundas de agendas desde nuestra delegación provincial. Hasta el regalo de cumpleaños de su hijo pagamos. ¿Le ocurrió algo a este señor? Absolutamente nada.  Bastantes años después, decidió abandonar “por voluntad propia” el mundo de la política (esa fue la versión oficial). A pesar de que sus compañeros de partido (e incluso miembros de la oposición) eran conocedores, nada de todo lo expuesto salió a la luz.

Eran tiempos idílicos para los políticos. Ostentaban el poder; tenían controlada a la justicia y los escasos medios de comunicación existentes eran públicos o pertenecían a grupos afines. ¿Cómo se enteraban los ciudadanos de estos desmanes? De ninguna forma. Ya se encargaban  de ponerles las cosas difíciles a unos pocos periódicos o alguna radio contraria al partido en el poder. Y de televisión nada: sólo había una cadena; la suya. ¿Internet? ¿Qué es eso?


Ahora, ¿qué les voy a contar? Pujol, Bárcenas, Matas, los ERE andaluces, la operación púnica, los cursos de formación, el Urdangarín… cientos de casos inundan las numerosas cadenas de televisión, radio y prensa de todas las tendencias políticas existentes. Se acabó el monopolio de la información. Y, por supuesto, existen Internet y las redes sociales, auténticos altavoces que denuncian a diario y en cualquier lugar todos estos casos.

Aun así, quizá influenciados por el populismo de alguno de estos medios, todavía no sabemos darle a cada caso la importancia que merece.  Si no, ¿cómo explican el revuelo que se montó con los cuatro trajes de Camps o con las recientes tarjetas “opacas” de Caja Madrid, ridiculeces (económicamente hablando) al lado de los miles de millones “volatilizados” en los ERE de Andalucía o por la familia Pujol? Quizá sea porque todos tenemos una tarjeta de crédito o nos hemos comprado un traje en alguna ocasión y pocos son los que conocen cómo se blanquea dinero, cuánto supone una comisión sobre una obra pública o el funcionamiento de las subvenciones de la Comunidad Europea para el empleo.


No nos equivoquemos: corrupción ha habido, hay y habrá siempre.  Lo llevamos escrito en nuestro ADN. Cualquier ser vivo intenta sobrevivir consiguiendo ventajas sobre sus competidores. Lo que ocurre es que toda esta gentuza, en lugar de conseguirlo trabajando, lo hace a base de chanchullos y trampas. Ahora bien, ¿prefieren no enterarse como ocurría antes o despertarse escandalizados cada mañana con un nuevo caso sabiendo que el corrupto acabará con sus huesos en la cárcel? Yo me siento más tranquilo ahora viendo cómo los corruptos ingresan en prisión, incluidos miembros del partido que ostenta el poder. Algo parece estar cambiando a mejor.



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