martes, 30 de marzo de 2010

Fraude en los alimentos enriquecidos



Cuando circulo por los pasillos de cualquier tienda de alimentación, tengo la impresión, en muchas ocasiones, de estar moviéndome por dentro de una farmacia; todo tipo de productos integrales, leche enriquecida con calcio, productos bajos en azúcar o sal, bebidas isotónicas y energéticas, sal yodada, huevos de gallinas alimentadas con piensos ecológicos e incluso con algas marinas, lácteos enriquecidos con ácidos grasos omega 3, margarinas con ácido oleico, yogures con Lactobacillus...

En teoría, todos estos alimentos (bastante más caros que los habituales) nos ayudan a reducir el colesterol, fortalecer los huesos, adelgazar, regular el ritmo intestinal, disminuir la hipertensión, mejorar el rendimiento... y dentro de poco, se atreverán a decirnos que nos ayudarán a encontrar trabajo y a ser más guapos.

Realmente, ¿cumplen con sus promesas?
Pues parece que no. Según la Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria (EFSA) más del 80% de tales aseveraciones carecen de todo fundamento científico.

La EFSA recibió el encargo de analizar más de 4.000 productos “benéficos” para nuestra salud. Después de cuatro años, en los primeros 400 que han analizado (a ese ritmo tienen trabajo para los próximos 40 años), la evidencia científica aportada por las empresas alimentarias en favor de sus productos era extremadamente pobre, basada sobre todo en ensayos animales y en pequeñas colecciones de datos con humanos. Además, los ensayos clínicos (instrumento científico ineludible para demostrar que un medicamento es tan eficaz como pretende serlo) brillaban por su ausencia.

Concluían diciendo que si una empresa alimentaria invoca beneficios para la salud para poder vender sus productos, tiene que estar dispuesta a llevar a cabo investigaciones de la misma calidad que las multinacionales farmacéuticas con sus medicamentos.


Por supuesto, los productores de este tipo de alimentos han puesto el grito en el cielo ante estas conclusiones. Alegan que muchos de los componentes incorporados a los alimentos carecen de la misma protección de patente que las medicinas y que, por lo tanto, no pueden permitirse las mismas costosas investigaciones. También se defienden diciendo que los niveles de evidencia exigidos por la EFSA son tan inalcanzables que acabarán arrasando con la investigación alimentaria en Europa y provocarán la pérdida de miles de puestos de trabajo.


Desgraciadamente para nosotros, los consumidores, la EFSA no es más que un organismo asesor y su trabajo termina con la publicación de los informes. Es labor del Parlamento y de la Comisión Europea legislar para conseguir que las informaciones sobre los efectos saludables de los alimentos funcionales en sus etiquetas o en los anuncios de televisión se ajusten a la realidad y no nos vendan gato por liebre.

Ya saben; cuando estiren el brazo para coger un alimento de la estantería, háganse la pregunta; ¿vale la pena pagar el doble por un producto supuestamente enriquecido que por uno tradicional?

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