miércoles, 29 de octubre de 2008

Ibuprofeno y Voltarén para curar una lesión medular


¿Conoce cuanto paga a la Seguridad Social? Seguro que si, pero ¿está contento con el trato que le brindan? Como decía un amigo, aquí habrá división de opiniones: unos se acordarán de su padre y otros de su madre.
Personalmente, tengo la suerte, y todo madera, de no haber tenido nunca la desgracia de caer en sus manos. Espero que dure. Los únicos gastos médicos que tengo son los servicios del dentista y del oculista y ambos, me los tengo que pagar de mi bolsillo (algún día hablaremos de ello, del porque del apéndice se encarga la Seguridad Social y de la caries de una muela me tengo que encargar yo).

La percepción que la ciudadanía tiene del funcionamiento de este servicio público esencial es bastante mala. A pesar de las promesas de todos los políticos que se presentan a las elecciones, ya sean generales u autonómicas, las listas de espera continúan siendo interminables, todavía existen camas de enfermos en medio de los pasillos y la prepotencia con que nos tratan la mayoría de los funcionarios de turno resulta insufrible


Un ejemplo extremo de la dejadez con la que realizan sus funciones algunos de los trabajadores de la sanidad pública aparece hoy en las páginas de elmundo.es.
José era un pensionista de 71 años que vivía en el barrio de Ciutat Vella de Barcelona. Cuando se encontraba sentado en un taburete de un bar cercano a su casa, tuvo la desgracia de caerse de espaldas. Ante los fuertes dolores del hombre, los presentes en el bar llamaron a una ambulancia que lo llevó de inmediato al centro médico de Perecamps. Después de examinarlo durante dos horas, le dieron el alta recetándole una crema contra la inflamación (Voltarén).


Una vez en su casa, el hombre empezó a empeorar. No podía ni comer ni beber y se hacía sus necesidades encima. Por ello, su amigo, al día siguiente, llamó de nuevo a una ambulancia. Para su sorpresa, los sanitarios, después de ver el parte de alta del centro sanitario, se negaron a trasladarlo a un centro médico.
Gracias a sus influencias, el amigo logró a través de una asistente social, que un día después lo llevaran al Hospital del Mar, también de Barcelona. Pasó una noche ingresado pero al día siguiente recibió de nuevo el alta. Le recetaron ibuprofeno y le pusieron un pañal para adultos, todo ello a pesar que José no pudo salir por su propio pié del hospital.

Dos días más de sufrimiento en su casa, con el cuerpo totalmente paralizado e insensible, sirvieron para que su amigo volviera a llamar a la ambulancia. Esta vez, los sanitarios pudieron comprobar la gravedad del caso y se lo llevaron otra vez al Hospital del Mar, donde ingresó en urgencias. Ahora sí, los médicos dieron con el diagnóstico adecuado: lesión medular. Rápidamente lo llevaron al Hospital del Vall d´Hebron donde confirmaron que tenía la médula espinal rota y le explicaron que le quedaban pocos días de vida. Efectivamente, seis días después José abandonaba este mundo.


Ya sabemos que los diagnósticos irrefutables del doctor House y las operaciones cerebrales del “doctor macizo” de Grey son cosa de la ficción televisiva, pero ¿no pudieron ver una fractura medular en un hombre que había sufrido una caída y apenas se podía mover? De los sanitarios que no quisieron llevárselo en ambulancia prefiero no hablar.
Seguramente, José, aunque le hubiesen acertado el diagnóstico, habría fallecido, pero los cinco días de sufrimiento que le hicieron pasar no tienen perdón de Dios.

Los centros médicos implicados ya han abierto una investigación para aclarar los hechos, pero de ser cierto todo lo relatado, el personal sanitario implicado debería dar con sus huesos en la cárcel. No puede ser suficiente el despido vitalicio.


Por descontado que negligencias de este tipo no suelen darse en la sanidad pública. Grandes profesionales trabajan abnegadamente para que, cuando pasemos por sus manos, nuestros problemas de salud queden solucionados. Pero no estaría de más que algunos hiciesen un examen de conciencia sobre su actitud ante el trabajo. Cuando eligieron esta profesión (nadie les obligó) conocían los riesgos a los que se enfrentarían. En cualquier otro oficio, un error se soluciona con dinero o con más trabajo (dinero al fin y al cabo). En la medicina, los errores los pagan los “clientes” con su vida.

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